domingo, 27 de noviembre de 2011

(ii)

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No hay destino que pueda compararse
al de haber sido humano donde viven los hombres.
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JUAN ANTONIO MARÍN




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(he escrito un vídeo)

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El viernes 16 de diciembre, en el Ateneo de Madrid, a las 22:30h, daré un recital de poesía en el que leeré poemas de mi último libro, Casa útero (finalista del XXIV Premio de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad), y textos como éste. 
Será mi primer recital en más de un año, y puede que el único hasta dentro de otro año o más. Me presentará Noni Benegas.
Soy consciente del aluvión de recitales que hay cada día en esta bendita ciudad, por eso me encantará veros por allí a los que podáis pasaros. 
Lo volveré a anunciar como es debido cuando quede una semana, pero os lo voy adelantando por aquí, a los pocos fieles de este hogar de naufragios.
Un fuerte abrazo.
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sábado, 26 de noviembre de 2011

(i)



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La palabra es una carcasa. Gloriosa carcasa, pero nada más. Lo importante es mirar con honestidad el nervio, ser con honestidad el nervio, y temblar a los pies de la desesperanza como un niño tiembla a los pies de la vida.
Yo he mentido. Me he mentido. Me he dejado guiar por la belleza creyendo que sólo a través de la belleza encontraría la verdad, pero sucede justo lo contrario: sólo a través de la verdad se es capaz de encontrar la belleza, una belleza honesta, desnuda, descorazonadora; la belleza de la soledad que se guarda y se porta y se es, y duele, duele tanto. Siempre pensé que hablaba con honestidad, pero ahora me doy cuenta de que tenía una rosa en la garganta, asfixiándome, y yo quería ser esa rosa, y era tan grande ese deseo que me llenaba la boca de plumas, y miraba la pena pero escribía la rosa, todo-era-rosa, y la suciedad se ensordecía, y ya todo gravitaba adormecido, tan bello, tan de otro.
Buscaba la arquitectura exacta, la perfecta bóveda incendiándose con la elección precisa de los verbos, pero eso era pura distracción, trayectoria, oficio inabarcable que me libraba de mirar con humildad la vida, y sentir asco, y llorarla.
He vivido aturdida, he envuelto mi voz entre almohadones y la he golpeado desde un rincón de la vergüenza. Y nadie lo ha escuchado. Yo no lo he escuchado. 
Yo no me he permitido escuchar. 
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foto: bárbara butragueño 2013

jueves, 10 de noviembre de 2011

la fuerza

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Dígame. Con la mayor precisión posible. Cómo es.
Le digo. La piel - estrecha. Y en el cuerpo algo parece girarle -sobriamente- como un astro - a la altura del esternón. Tiene una batalla clavada -mejor dicho, es- una batalla clavada -mejor dicho, es- tantos hombres clavados a una batalla clavada a la altura del esternón. Y conoce el vocabulario sencillo - veintisiete sinónimos de luz - el tú y el ellos - las cosas que se afean rápido - algo de náusea - el tiempo y su difusa hostilidad.
Yo le miro sepultado entre tanta palabra que le lanzan - tanta palabra hueca sobre tanta palabra hueca sobre tanta coraza hueca que esconde al animal diminuto que desesperadamente se busca.
Por qué no te basta -le digo- por qué no es suficiente motivo el hollín el caldo oscuro de los huesos ese poso negro que dejas al caminarte -más que caminarte, vagar, puntualizo-. Debería ser suficiente -un- amanecer desde la sangre, vivir -un día- en verdadera verticalidad, con el sol cayendo en vertical sobre un yo -si quiera- cierto, un yo -si quiera- puro. Un yo. Y no esa maraña que vistes, con esa boca grande que siempre te está tapando, esa boca grande donde mueres y mueres y mueres porque es allí - en la saliva caliente - allí - donde te encuentras contigo - y te odias.
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Y. Dígame. ¿Qué piensa de la fuerza? ¿Cómo vive esa criatura que -más que vivir- se padece?
Le digo. Mal. Tiene el cuerpo abombado de tanto equivocarse. Creció pensando que la fuerza era un país muy frío - muy alto - donde las cosas se dicen con fuego y donde todos -pensaba- absolutamente todos los que allí viven - pueden llamarse reyes.
Preparó su viaje durante semanas -guantes, bufanda, maleta de piel y víscera, veneno-.
Y un buen día empezó a cargar sobre su cuerpo uno dos tres cuatro cinco -seis- animales mitológicos que rugían y no dejaban de moverse y -no se sabía si- se apareaban con fervor - o se estaban matando.
Ese día comenzó a arrastrar las manos. Primero -un poco- como si pronunciara la tierra con la punta de los dedos. Después - los brazos se le acabaron hundiendo hasta los codos.
Pensé, le caen como si quisieran marcharse de su cuerpo, como si fueran sus manos -curiosamente, sus manos- las que hubieran atisbado -si quiera- un centímetro de verdad: la fuerza no es una casa incendiada. La fuerza no es mirar desde el púlpito - desde el arco triunfal - a la legión de cuerpos sumisos - doblegados. La fuerza no es el país oscuro al que has rendido - durante tantos años - culto doliente - rodillas en tierra.
La fuerza no es- el amor no es- la familia no es- una casa incendiada. Entiende. La fuerza -no supiste verlo- la fuerza la fuerza la fuerza -la fuerza- estaba justo delante de ti: la callada resistencia - el ojo del pez - tan redondo - tan blando - que no sabías si lloraba o estaba ausente - como ido - riendo - desde otro lugar. Y tú cargando -tonto- tanto abrigo -tonto- tanta maleta prestada. Y luego, la sangre. Ya sabes hacia dónde voy. La-sangre. Esa sangre que se te bombea sola y tú no sabes de dónde viene pero sientes que hay algo así como una farsa que te sigue, una niebla que te hace no estar - verdaderamente - en ningún sitio - desde hace años -, y empiezas a sospechar que algo tiene que ver con la sangre -sí- con esa sangre que se te bombea sola como un animal ofuscado y sabe a óxido y te llena la boca de arena y te repite nombres -nunca el tuyo- siempre gritando. Y te das cuenta de que no es -exactamente- la sangre - lo que se dice, propiamente, sangre - humor circulatorio, líquido teñido de pigmento hemoglobínico-, no. Si te fijas -con cuidado- te das cuenta de que son pequeños cuerpos magullados, como entrañas apiladas -carne muerta- con nombres y con ojos familiares.
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Y en la inmensidad del rojo, ves -flotando- un trono.
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No, es una tumba.
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Y en la inmensidad del rojo, ves brillar la balaustrada del discurso que flota lejos -tan hermosa-.
Tantos años mirándola desde abajo, con la boca grande como queriendo apresarlo todo - no vaya a ser que -.
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Y entonces - como si alguien pulsara una tecla -no tú, que tienes las manos hundidas en el suelo- como si alguien pulsara una tecla -entonces- el pez - la sangre - el animal ofuscado - el pez el barro la palabra hueca - el pez la farsa la maleta prestada - el pez. Sí. El pez. Y su callada resistencia. Y su ojo tan blando. Tan redondo. Donde alcanzas a ver -pequeño- el país de la fuerza -ahora sí- el país de la fuerza. Sin casa incendiada. Ni batalla clavada en el pecho. Ni vocabulario sencillo. Ni náusea. Sí. Un lugar con un centro. Y un yo. Y un animal diminuto que -espera- parece -al fin- estar encontrándose.
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foto: bárbara butragueño 2014