domingo, 21 de agosto de 2022

la vida clara

 



Hijo, hijo mío, pequeño. Te veo crecer sosegadamente como un ternero que muge y confía. Tiendes tu pureza sobre mis brazos y por un momento soy toda la pureza de este mundo, toda la fuerza, la promesa de una vida aconteciendo.

Procuro darle un sentido a todo, procuro dárselo al mundo que te ofrezco. Trato de no temer, me esfuerzo por esconder la ansiedad. El miedo y la soledad me asolan como si una mujer prendida me recorriese cada noche como quien hilvana un muerto. Un terror profuso, noctívago, que escondo de ti, que exprimo afanosa en la parte posterior de mi cráneo hasta ofrecerte una mirada pulida y suave, una vida clara, reluciente como un mendrugo de paz.

Asumo mi debilidad, mi torpeza, este no saber hacer que tan bien camuflo. Reconozco mi egoísmo, mi capacidad para romper los objetos que más brillan. Te doy lo que no soy para poder serlo.

Y tú, tan rosa y tan diáfano, no exiges, no reclamas, aceptas todo como si fuese nuevo, como si yo pudiera crear cada objeto de este mundo exclusivamente para ti.

Toco tu piel suavísima, dibujada con una belleza avariciosa, la toco enmudecida sin querer violentar ese sueño magnífico en que descansas tras pasar de una fiereza eléctrica al agotamiento extremo en un segundo. Acaricio tu piel y te pido perdón, ahora, mientras ocupas un espacio diminuto de esta cama, te pido perdón porque tengo treinta y seis años y apenas soy una niña. Yo también entro en la vida temblorosa, titubeando, pero mi titubeo no luce tan indemne, tan dramáticamente incólume. Sólo espero no tropezar mientras te cargo. Sólo espero que te enorgullezcas del finísimo afán con que te arropo.

Cada noche observo la oscuridad, caliente y humeante, y me tiendo sobre ella, exhalando, como quien se tiende sobre el lomo de un animal satisfecho. Y doy gracias. Gracias por la risa, la luz, el llanto y el error. Doy gracias mientras me miras con los ojos entreabiertos, soñando, confiado en que no te dañaré, en que tomaré las mejores decisiones, haciéndome suficiente y rebosada, mientras la duda titila a nuestro alrededor, centelleando con temblor ligero.





foto: david bravo