lunes, 6 de octubre de 2014

pequeños textos sin relevancia (II)








Ésta es la crónica de lo pequeño. La crónica del que se ha ido arrebatando, casi sin darse cuenta, segmentos de habitación, autopistas radiales, avenidas. El diminuto cosmos de aquél que se ha quedado con, apenas, cinco centímetros para moverse. Tres en vertical, dos en elipse perfecta.

Con cadencia despreocupada ha ido cincelando los ángulos aéreos, las bolsas de oxígeno, las bóvedas celestes y, ahora, este orificio calcáreo es, pura y simplemente, obra suya. No puede quejarse. No puede, siquiera, suspirar con fatiga. Debe continuar, encajar la sonrisa en los dos coma siete centímetros que le ha asignado, y avanzar entre la maleza ofuscada del que sabe que se ha vencido. Ser un ser por exclusión. Vivir en el espacio que uno se ha restado a sí mismo del mundo. Y cabalgar la muesca, el agujero milimétrico, el hollín que dejó la mano al apoyarse sobre la ventana. Vivir en esos detalles. Convertir el átomo en catedral, el ácaro en elefante albino, la suciedad en jungla. Y expandirse en lo pequeño. Arrojarse en parapente desde la cabeza a los pies de uno. Y planear sobre los errores en eternos círculos concéntricos, como cualquier otra irrelevante criatura de este mundo.




foto: bárbara butragueño 2010

miércoles, 1 de octubre de 2014

pequeños textos sin relevancia (I)







A veces siento que la felicidad es un gesto, una contracción muscular.
Puedo elegirla. Apresarla. Esforzarme por serla y ser. Y parece, desde luego, felicidad. Pero hay en ella una cierta tibieza, algo sucio, residual, como el calor de un asiento recién desocupado. No es del todo mía. No sé, siquiera, si es del todo nada. Pero la finjo y me finjo, sonrío y me esfuerzo. Y, así, me relaciono con los otros. Les cuento historias con la voz aguda del que miente y no se cree del todo su mentira. Les cuento historias en las que soy y los demás me reconocen, en las que el mundo cobra sentido cuando lo toco con mis manos. Historias que les hacen sonreír y a mí me permiten ser, aunque sea de forma microscópica, desde esas bocas ajenas que brillan como paracaidistas nocturnos.
Pero la felicidad es siempre de los demás. Como si sólo pudiese existir en trayectoria, en el arco que dibuja la mirada maravillada y ajena. Como una nube que desaparece en la ventanilla de un avión o la luz pálida del fuego fatuo que se aleja. Un sentimiento que uno viste como si vistiera una cáscara o la piel mudada de un reptil mitológico.
Quizá lo que ellos llaman felicidad sea justamente eso, y a los demás sólo nos quede vivir en el eterno umbral de esa palabra.







foto: Bárbara Butragueño 2011
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