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Ya no bailas en la boca de tu dios. Ni siquiera sabes si conoció tu nombre. Sólo sientes que la casa está vacía, y que tu corazón se endurece.
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Ese
ritual de la esperanza, que aplicabas insistentemente en tus mejillas, con tanta
fruición, te ha dejado el hueso limpio – impoluto- , y la mano abierta, con una hendidura más vasta
que la vida.
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Deberás
reaprenderlo todo: la línea el dedo fértil el temblor. Y entender que las cosas
ciertas son heridas, herrumbre que aflora entre las grietas.
La edad ya no estalla en tus pupilas. Se quema como el resto de la ropa.
foto: bárbara butragueño 2012
foto: bárbara butragueño 2012
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