viernes, 23 de enero de 2009

.inventario.de.espejismos.


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El viento mantiene un combate a muerte con mi persiana. Levanto la mirada. Hay algo pesado en el centro de mi cabeza, alguien ha insertado un objeto burdo y grande justo en el centro de mi cabeza, como una zapatilla sucia y doblada encajada entre mi frente y la parte posterior de mi cráneo.


Mis ojos apenas pueden seguir el movimiento de mis manos. Y hay algo en mi vientre que me llama, algo late en mí incansablemente, un percutor inmenso golpeando mis vísceras, y no sé cuál es la maldita diferencia entre la culpa y la responsabilidad, no sé cómo ordenar mis dedos ni mis manos, mis días y mis lunes, cómo mirarme con certeza, cómo adivinar mis maleficios y mis trampas, cómo ponerme guantes de lana para hablar a escondidas.


Mis ojos pesan, se posan sobre las cosas, penden del borde de mi rostro, y hay ramificaciones que los encajan, que los adhieren con fuerza a mi cuerpo pero ellos cuelgan, se balancean, no son parte de mí, flotan en una balsa de líquido amniótico y furia y resaca, flotan y se mofan y no sé si soy yo o es el invierno pero mis idas y venidas me desgastan y voy por el mundo soltando materia, creando pequeños depósitos de Bárbara en el metro y en los parques, pero no lo suficiente como para soltar lastre, no, porque no hay liberación, sólo vacío y duda e inconsistencia, y me voy dejando olvidada en las esquinas y en los bares, y sonrío, cada vez más pequeña, sonrío sin saber dónde pisar, sin saber dónde ir a buscarme esta vez.


Hay algo maternal en el movimiento de mis manos. Todo parece estar perfectamente ordenado en el exterior, observo desde mi cuerpo, como un animal observo con las manos escondidas. Tengo preciosas vistas de los jardines y las plazas cuando es martes y llueve despacio.

Introduzco mis dedos en el aire, hay un entramado casi perfecto que colma cualquier vacío que pueda acontecer ante mí, pero mi vientre sigue diciéndome, una y otra vez, me dice, y casi sin darme cuenta advierto mis manos llevan rato haciendo rúbricas con la ceniza del cigarro sobre la mesa. Contemplo mi obra. Dos surcos extraños a modo de inventario de espejismos: no sé tocar el piano pero pulso la vida continuamente, con impertinencia, me paso los días introduciendo combinaciones aleatorias en el viento y siempre salen frutas rojas, siempre salen frutas rojas que me saben a mentira, a farsa de químicos y a debates televisivos. No sé dónde estoy. Y siento un pánico absoluto, un pánico que me impide insertarme en esa malla que se balancea frente a mi cuerpo, en esa baba rosada que lo cubre todo y lo dota de sentido. No puedo. No sé por qué tengo que lidiar con este manojo de fuegos que soy, con este funambulismo constante sin recompensa, con este saberme telescópica pero no acuática, con este vértigo de noche que gira y mis manos que giran y mi vientre que gira y no sé dónde estoy. No sé para qué sirve mi cuerpo, no sé de qué materia, en qué lugar, porqué.


Necesito encontrar el umbral que divide las cosas, necesito saber con certeza dónde estoy, ver la franja amarilla, la línea discontinua, las señales de velocidad.


Necesito un semáforo sin ámbar.
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jueves, 8 de enero de 2009

.proyecto.de.poema.

Mis manos rozan-tocan-descifran
No mienten a los objetos:
vacían a las personas.


Mis manos están llenas de caídas.
Todo lo que tocan cae por sí mismo
cae de sí mismo
cae.


Mis manos extraen semillas de la tierra con imprecisión
y en su lugar introducen
ratones muertos, objetos metálicos
billetes de autobús.


Mis manos subrayan la maldad
de los objetos más bellos;
agudizan los ecos, los egos,
y todo se vuelve turbio y opaco
y todos los espantos de este mundo
toda su incertidumbre
se agita desde mis uñas, viene a mis uñas
a agitarse
y hasta el hombre más valeroso tirita
y hasta el genio más promiscuo sucumbe.


mis manos calcinan crucifijos
rompen profesiones de fe
todo lo que tocan se vuelva hiedra
y se asfixia a sí mismo,
todo cuanto llega a ellas
se convierte en barro
y tiembla de sarna y sanguijuelas



pareciera que hubieran venido al mundo
a convocar el llanto de todos los hombres



los ejércitos las utilizan para empequeñecer a sus rivales,
les muestran mis dedos
agitándose como guirnaldas
y ellos tiemblan y dudan y bajan la guardia.
Como una música de aguas turbias
mi baile les enloquece
les envilece,
y prefieren la muerte y el asedio
la más absoluta derrota
y el exilio
a tocar si quiera un centímetro de mi piel,
un centímetro de esta piel que,
como un animal,
les juzga y no les miente.


/yo sólo quiero amar en paz.