miércoles, 6 de marzo de 2013

nota

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Aquí estoy, luchando por no enfermar de pequeñez, blandiendo el mosquito y la herida como quien está terriblemente solo en el centro de una playa y agita maderas y harapos inservibles y piensa que la soledad es un simple grito rodado, ya insignificante, ya reluciente de tanta ola batida
No ves, no entiendes que te llamo y tu mirada, piedra convexa y magnífica, no mira, nunca mira, pasa de largo a través de mis ojos como quien pasa a través de una puerta y se quita el abrigo y mueve el cuerpo con afán de colgar la pesada prenda en el perchero, pero no hay perchero en esa puerta, no hay. Sólo el aire y el movimiento de la mano curvándose en su pausada coreografía y el abrigo cayendo. 
Y el hombre continúa caminando, distraído, abrazado al perchero imaginario de su mente, a la calidez de su rutina hormigueante, a la estantería llena de nombres y momentos ajenos que este espectador no puede, si quiera, atisbar. Y de los que este espectador ya no será, si quiera, testigo.

Pero hay algo de injusticia en todo esto. Porque yo te conozco, y tú me conoces, y hemos hablado desde una cima, nos hemos mirado a los ojos desde esa cima, y hemos sentido calor. 
Yo te escuché pronunciar mi nombre con una voz de otro tiempo, como si vivieras en un lugar lleno de plantas y nieve y pronunciaras mi nombre desde allí, hablando a la mujer y a la herida con una misma voz y un mismo rostro. 
Pero te has marchado. Y ya sólo queda este crujir de hojas que se siente como un resuello. Y pienso, qué injusto que sólo sepas mirarme a los ojos desde esa cima en la que yo fui yo y en la que tú eras siempre. Qué frío desde este lado. Qué solos estos cuerpos que de repente se desconocen. Qué dolorosa, ahora, la simple existencia de la posibilidad. Cuánto dolor agolpado en su belleza inexpugnable. 
Me has arrojado el idioma que te hizo humano y ahora se revuelve en mis manos como un ciempiés bocarriba. ¿Estaré loca?, pregunto. Los locos. Los locos son los que no esperan respuestas. Y tú esperas respuestas. Y esperas su olor. Y su hiedra envenenada. Aunque sepas que te has vuelto a quedar sola. De nuevo. En esta agónica conversación interminable.

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domingo, 24 de febrero de 2013

enseñadme

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He cruzado continentes


he contemplado multitudes bullir de pura fe


he visto niños resplandecer


como almendras de oro


incrustándose en la vida con la impertinente

templanza de los sabios

y, ahora,

con los ojos apretados

y la boca pequeña

como un meteoro incandescente exijo

la posibilidad, al menos, de lo propio

la calma que genera conocer

el surco profundo del camino

y exijo y exijo y tiemblo

con el cuerpo seco como el hueso

de una fruta deliciosa

y me digo

pequeño coleóptero, bestia de pecho

descendido, fantasma

de fantasmas, tú

que desconoces la profundidad

de tu nombre el bello horror

de lo incierto confundes

valor e incertidumbre confundes

amor con cobardía

y la única patria que alguna vez concebiste

si quiera como tuya

es este despeñarte

constantemente

contra el basalto helado de los sueños
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Cada día cruzo campos cubiertos por improvisadas tormentas

de nieve imaginaria

cargando con un simple dolor que me cobija

y sé y me repito en voz pausada y torpe

que hay hombres que permanecen de pie

en avenidas repletas de moscas y gusanos

y aprietan sus frentes contra los cristales helados

de las tiendas

y ruegan

a Dios

que les perdone

esos hombres

han comprendido

que la mayor infamia de los vivos

es negarse

y se detienen en el centro de esas calles

y lloran fatigosamente

y dejan

que las moscas beban

de las cuencas vacías de su orgullo.



Hombres, os lo ruego, venid. Venid 

pero no miréis a ésta que aún no sabe

ponerse en pie y caminar desnuda

y se ha pasado la vida rebuscando en vertederos

harapos y artificios con que cubrir

el densísimo ardor de su vergüenza.


Venid, pero no probéis las manzanas

de mi nombre ni el inflamado sabor

de su mentira, enseñadme

de qué están hechos los huesos

de los hombres verdaderos

enseñadme a llorar

enseñadme a morir del todo

rotundamente en este instante

enseñadme a no caer en la cansina derrota

de lo fácil vosotros que deambuláis

por una estepa blanca y refractada

arqueados la sangre

y los colmillos

arrastrando un carro al borde del delirio y del desguace

vosotros vosotros enseñadme

os lo ruego enseñadme

a hacerme justicia

enseñadme

a ser.
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foto: bárbara butragueño 2012