martes, 19 de noviembre de 2019

me canso de temer que me apuñalen








Yo no soy quien tú crees. He creado una estructura arquitectónica de nervio preciso y delicada corpulencia un sistema planetario que tirita bello en la fisura, he creado para ti - desconocido - el mausoleo al que acudes sin saberlo a alabar a un muerto que no existe.

Te observo allí y me tumbo a admirar lo edificado desde el hueco duro en el que habito y pienso qué fatiga cuánto esfuerzo gótico de huida qué cansancio calibrar constantemente lo que se ve y lo qué se da no vaya a ser que no te quieran.

El miedo no justifica este repliegue, desde el hueco sólo cabe vivir en el impago, la deuda que genera la barrera te ha dejado dos cuotas por detrás de lo que fuiste. Nadie nos avisa del incendio. Nos dicen, hay que sobrevivir la herida, sublimarla hasta hacerla pájaro pero, y el muerto, y el miedo, y la ansiedad que trepa y asfixia como un reptil infectado.

Me canso de temer que me apuñalen. Me canso de crear caminos intrincados que digan qué esplendido amor propio qué precisa la muralla qué pensamiento tan pragmático, me canso de vivir en la oquedad mínima que me deja mi temor a ser herida. Me canso de temer que me apuñalen.

Sobreviví una guerra, dos guerras tres guerras, no iba a sucumbir, decidí actuar normal, hice amigos, bailé y bebí para olvidar, no se notaba, fui deseada, fui querida, hacía gestos graciosos con las manos, lograba volver a ilusionarme, por un momento pensé que ya estaba, que lo había conseguido, que la profunda confusión que había sentido cuando decide aniquilarte quien te quiere, no se había cobrado apenas nada en mí, pero había detalles, quizá, que no encajaban, reacciones excesivas, una hermosa autodestrucción como un incendio incontrolable en una montaña helada, algo como descolocado, la compulsión frenética, la sobre protección recalcitrante, el exceso de impoluta teoría. La casa perfecta que esconde un cadáver descuartizado.


Da miedo la herida. Da miedo entender que te has convertido en un reclamo reluciente que sólo sirve para alejar a los monstruos del hueco donde realmente sobrevives. 




2019 ~ inédito )










lunes, 3 de junio de 2019

El féretro.




Dos años sin escribir. Dos años en el más absoluto silencio.

Y ya no sé volver, Bárbara, ya no consigo encontrarte. Ya no sé gestionar tu dolor. Hace tiempo que dejé de estar a la altura de tu dolor. Como vidrio soplado que estalla al contacto con mis manos heladas, ya no sé manejarlo, ya no sé convertirlo en pájaro ni en marea ni en noche sublimada ni en puñal en flor. Ya no sé salvarte. Me siento tan sola, sin mí y sin mi voz. Mi voz era lo único que se hacía fuerte a golpe de herida y llanto, y ahora, sin ella, todo se llena de herida y llanto y nada se hace fuerte. Me siento tan perdida. Tan atareada de nada. Tan distraída por tanto vacío dentro y vacío fuera y vacío dentro otra vez. Tan cubierta de piel pero sin piel verdadera. Tan cubierta de falsos trofeos, de falsos hombres, de falsos señuelos y falsas palabras.

Ahora todo me enmudece. Los hombres han visto el efecto que el miedo que me generan causa en mí y juegan a acallarme. Y yo me callo, sí, porque ya no sé reaccionar. Olvidé cómo hacerlo. Llevo dos años callada, dos años tan largos como el tamaño de mi féretro, porque lo que un día fue supervivencia, pronto se convirtió en hábito, en normalidad, en repetición distraída, en gangrena paulatina de los órganos más bellos por falta de atención y oxígeno. Qué desolador resulta escribir que te has acostumbrado al miedo. Cuánta tristeza y cuánto golpe se esconden bajo esa idea. Y ahora vivo así, aquí, bajo esta ciudad descielada, rodeada de antipaisajes, contemplando la esfericidad perfecta de mi propia autonegación, con el nerviosismo desasosegante del que sabe que olvidó algo muy valioso en alguna parte pero no logra volver sobre sus pasos.

Recuerdo que hice un agujero en el suelo lo suficientemente hondo como para que no me encontraran, como para que no pudieran dañarme más, y me metí en él y me quede muy callada y muy quieta, sin saber que había cavado mi propia tumba y desde entonces yacería en ella como una yegua enferma de latido sibilante.

Odiaron tu luz y en vez luchar por ella, decidiste apagarte.

Siento haberte soltado la mano, Bárbara. Siento haberte extraviado. Siento no estar allí para abrazarte. Siento la violencia y el miedo. Tanta violencia y tanto miedo. Siento haber dejado que todo se hiciera más grande que tú. Espero que cuando te encuentre, puedas perdonarme.
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foto: neorrabioso