Hijo, hijo mío, pequeño. Te veo crecer
sosegadamente como un ternero que muge y confía. Tiendes tu pureza sobre mis
brazos y por un momento soy toda la pureza de este mundo, toda la fuerza, la promesa
de una vida aconteciendo.
Procuro darle un sentido a todo,
procuro dárselo al mundo que te ofrezco. Trato de no temer, me esfuerzo por
esconder la ansiedad. El miedo y la soledad me asolan como si una mujer
prendida me recorriese cada noche como quien hilvana un muerto. Un terror
profuso, noctívago, que escondo de ti, que exprimo afanosa en la parte
posterior de mi cráneo hasta ofrecerte una mirada pulida y suave, una vida clara,
reluciente como un mendrugo de paz.
Asumo mi debilidad, mi torpeza, este
no saber hacer que tan bien camuflo. Reconozco mi egoísmo, mi capacidad para romper
los objetos que más brillan. Te doy lo que no soy para poder serlo.
Y tú, tan rosa y tan diáfano, no
exiges, no reclamas, aceptas todo como si fuese nuevo, como si yo pudiera crear
cada objeto de este mundo exclusivamente para ti.
Toco tu piel suavísima, dibujada
con una belleza avariciosa, la toco enmudecida sin querer violentar ese sueño
magnífico en que descansas tras pasar de una fiereza eléctrica al agotamiento
extremo en un segundo. Acaricio tu piel y te pido perdón, ahora, mientras ocupas
un espacio diminuto de esta cama, te pido perdón porque tengo treinta y seis
años y apenas soy una niña. Yo también entro en la vida temblorosa, titubeando,
pero mi titubeo no luce tan indemne, tan dramáticamente incólume. Sólo espero
no tropezar mientras te cargo. Sólo espero que te enorgullezcas del finísimo afán
con que te arropo.
Cada noche observo la oscuridad,
caliente y humeante, y me tiendo sobre ella, exhalando, como quien se tiende sobre
el lomo de un animal satisfecho. Y doy gracias. Gracias por la risa, la luz, el
llanto y el error. Doy gracias mientras me miras con los ojos entreabiertos,
soñando, confiado en que no te dañaré, en que tomaré las mejores decisiones, haciéndome
suficiente y rebosada, mientras la duda titila a nuestro alrededor,
centelleando con temblor ligero.
foto: david bravo
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