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Acuno al pájaro de mi pecho. Le beso
suavemente la cabeza, y su corazón late con cadencia de cencerro, aunque aún se
le nota alborotado. Trato de calmarle. Introduzco los dedos entre mi segunda y
cuarta costilla, y acaricio las plumas que se escapan de su frente. Le siento un
poco más menguado, como si la pena le encogiera. Como si, poco a poco, ese
armazón óseo, esa bóveda astillada, ramificara sin control sobre su cuerpo.
Por
eso padezco tanto. Por el pájaro. Siempre tan pequeño, con el pecho hinchado de
alborozo, mirando con lenidad mi vida a través de la persiana de mis huesos.
Pero cada puñalada de vergüenza, cada pedrada de culpa o de error que recibo de
mí misma, siento cómo le perfora. Y cómo él se retuerce lastimado sin entender
apenas nada, pensando de dónde esta arena negra, por qué tanto frío, cuánto más
esta tibieza del alma. Soy yo, debería confesarle un día de estos. Soy yo y la
pila de maleza que, a veces, - y no siempre sin causa- me arroja
maldiciéndome la vida.
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foto: bárbara butragueño 2011
foto: bárbara butragueño 2011
4 comentarios:
encerrar la vida es matarla poco a poco..creo que ha llegado la hora de que abras tus costillas y dejes que ese pájaro vuele en libertad...
Está claro que no has olvidado el lenguaje. Las imágenes siguen siendo tan poderosas como siempre lo son en tus poemas, las palabras, exactas, y sigue habiendo técnica y esa tizna de magia que a pocos he visto lograr. Son textos preciosos y también muy caros. Ojalá pronto te vaya todo mejor. Me quita un poco la esperanza saber que incluso a alguien como tú (con unos poemas tan vibrantes como escribes) se le puede enfriar el alma afuera... aunque no será tanto si todavía puedes sentirla, si además se resiste y si sigue dejando ir cosas bellas como estas.
Ánimo, de veras.
Ah, estupendo!
Que vuele, el nervioso pájaro del pecho...
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