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Siento un frío perenne. Una
sensación de quemazón constante, como fósforo rascando las costillas. Un
ciempiés ascendiendo eternamente por mi tráquea. Te miro, en posición de
súplica, y tú me diagnosticas «ansiedad» con gesto de autosuficiencia. Profunda
enfermedad del alma, dices. Bilis negra brotando a borbotones, y las manos
siempre inquietas, tan poco prolongadamente tú.
Me limito a asentir, entre
indiferente y abatida, con la respiración pesada, llenando cada hueco de la
conversación.
Ya no escribo, te confieso cabizbaja.
He olvidado el lenguaje de las cosas inasibles, ese cerrar los ojos y sentir el
mundo endurecido. Tan lleno. Tan a punto de explotar.
Y decir la palabra exacta, como si
de una invocación se tratase. Algo oscuro pulsando la palabra e introduciéndola
en mi oído, bicho caliente y diminuto que babea en la cima del paladar.
La ansiedad es un saco de termitas. La más coherente representación del vacío existencial. Una eclosión de inquietante
cordura.
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foto: bárbara butragueño 2012
1 comentario:
Todo bulle adentro...
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