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Hoy has cantado. Y los andamiajes de mi
cuerpo, mis diques de contención, aquello que apresa lo que aflora; cede
resignado, explota en estallido de desconsolada
inminencia.
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No entiendo tu dolor. No alcanzo a descifrar
tu carga nuclear, la longitud de onda de tus rayos X, tu bombardeo de electrones, no. Pero da igual. No importa. Conozco la opresión. La fatiga del alma. El
miedo. Conozco los lugares a los que se acude simplemente a callar. Y no pido.
No reclamo. Porque acudo con frecuencia a ellos, y tengo días, y mañanas, y
domingos. Y los dedos se me comban. Y el alma se me encoge, tibia. Y un día ya no
hablo más el idioma de los hombres. Y todo se magnifica. Y hago justo lo
contrario de lo importante, justo lo que no debiera. Y, entonces, simplemente
espero, pequeña y desmadejada, a que todo pase.
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Te regalo mi despertar. La flor sobre los
labios. Un cobertizo para el invierno. Te ofrezco la hondura transparente de mis
sueños, a día de hoy, debilitados. Te dejo ver el pájaro de mi pecho, mis manos
ramificadas en dulce aquiescencia, el idioma de las cosas más sencillas, el
instante repleto, el cuerpo en bocanada, la herida, la agitación. Te regalo el beso. La mirada interior. El minuto cristalino.
Los ojos maravillados del superviviente.
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foto: bárbara butragueño 2012
2 comentarios:
Es para tomarlo, y quedarse a vivir...
El dolor es un subproducto de esto que entiendes tan profundamente; de entenderlo en si, como todo lo demás (la opresión, el miedo...). Pero lo haces bien, mucho mejor que cualquiera. Quizá vosotros sí consigáis no estar solos.
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